Marco Teórico
Prejuicios: causas y procesos.
Respecto a los prejuicios, podemos decir que este concepto también debe entenderse como uno de difícil tratamiento por la fuerte implicancia tanto moral y social que posee.
El prejuicio puede entenderse en términos positivos o negativos: se pueden tener prejuicios a favor o en contra de ciertos grupos. Sin embargo, la clase de prejuicios que más se estudian, por sus consecuencias, son los negativos. Según Bastide (1970) el prejuicio es “(…) un conjunto de sentimientos, de juicios y, naturalmente, de actitudes individuales que provocan – o al menos favorecen, y en ocasiones simplemente justifican – medidas de discriminación” (p. 16). Así, el prejuicio estaría siempre relacionado a procesos que justifican o provocan fenómenos de separación, segregación y explotación de un grupo por otro. Para Aronson (1975) el prejuicio esta relacionado a los estereotipos, en tanto entiende prejuicio como “(…) una actitud hostil y negativa hacia un grupo distinguible basada en generalizaciones derivada de información imperfecta o incompleta” (p.183). La generalización de características a un grupo sería «estereotipar»; o sea, se asignan idénticas características a los miembros de un grupo, sin tomar en cuenta las variaciones individuales. Como mencionamos anteriormente, estereotipar es un modo de simplificar nuestra visión del mundo.
La atribución como una forma específica de estereotipar, también estaría unida al problema de los prejuicios. Si en el proceso de atribución buscamos causas inferidas a partir de comportamientos observados en otros, dicho proceso nos exige ir más allá de la información disponible. Por ello, debemos interpretar causalmente las acciones, pero siendo así estas interpretaciones pueden ser erróneas o apropiadas, funcionales o disfuncionales (Aronson, 1975). Se ha establecido que la gente utiliza atribuciones que sean consistentes con sus creencias o prejuicios; pero, a su vez, el prejuicio no solo influirá sobre sus inferencias y conclusiones, sino que permitirá que estas inferencias (quizá erróneas) justifiquen e intensifiquen sus sentimientos negativos. O sea, “El prejuicio da lugar a particulares tipos de atribuciones negativas o estereotipos, que a su vez intensifican dicho prejuicio” (Aronson, 1975, p. 186). Ello explicaría la existencia de prejuicios lo suficientemente arraigados como para que la experiencia que los invalida no sea tomada en cuenta.
Todas las personas poseen alguna clase de prejuicios, en tanto muchos de estos son parte de lo que Bem y Bem (1970, en Aronson, 1975) consideran una ideología no consciente, o sea creencias implícitas que no podemos reconocer porque ni siquiera podríamos suponer una visión alternativa del mundo. Dichos prejuicios tienden a verse perpetuados por pautas de premio a su cumplimiento y castigo a su contravención.
Como hemos visto respecto a los estereotipos, los prejuicios podrían tener sus causas en necesidades psicológicas de autojustificación y de status o poder. Sin embargo, para Aronson (1975) se deben considerar cuatro principales factores respecto a los prejuicios:
En primer lugar, el prejuicio podría ser causado por competencia económica y política (Aronson, 1975), dado que los recursos son escasos, los prejuicios podrían ser rentables para alguna persona. Un grupo intentará descalificar y denigrar a otro grupo para obtener una ventaja material sobre éste. Se ha demostrado que las actitudes de prejuicio tienden a crecer en momentos de tensión y cuando existe algún conflicto respecto a fines recíprocamente excluyentes, ya sean económicos, políticos o ideológicos. Esto puede apreciarse en momentos en que la competencia por empleos escasos, sumado a variables familiares y de educación, produce drásticos aumentos de la discriminación, estereotipos y prejuicios.
Por otro lado, la causa del prejuicio puede relacionarse con la teoría psicoanalítica de la agresión-frustración de Dollard (Bastide, 1970). Según esta teoría, las experiencias de frustración conducen a una agresión específica, o sea, una agresión contra alguien específico que odiamos. Esto significa que los miembros de un grupo frustrado desplazaran su agresión sobre otros individuos relativamente inermes y odiados. La forma que adopte esta agresión dependerá de los mecanismos que el grupo apruebe: por ejemplo, en el sur de Estados Unidos los linchamientos a los afroamericanos aumentaban a medida que la depresión afectaba negativamente el precio del algodón (Aronson, 1975).
En tercer lugar, se puede hablar de características de personalidad que predisponen a ciertas personas al prejuicio (Aronson, 1975). A este respecto los estudios de Adorno y cols. (1950, en Aronson, 1975) denominaron a estos individuos como «personalidades autoritarias»: “(…) una personalidad rígida, que carece de la necesaria flexibilidad de espíritu para adaptar su comportamiento a la evolución de las estructuras de una sociedad (…)” (Bastide, 1970). La etiología de esta personalidad sería una infancia muy insegura y dependiente de sus padres, a los que teme y odia inconscientemente. Estos infantes se harían adultos con una rabia contenida que, producto del miedo e inseguridad, transformarían en agresión desplazada sobre grupos inermes, mientras que, por otro lado, conservarían un respeto a la autoridad. Sin embargo, estas teorías, aunque han ayudado a la comprensión del fenómeno, no permiten establecer causalidad dado que se basan en datos correlacionales.
Finalmente, se hablaría de una causa del prejuicio enraizada en el conformismo (Aronson, 1975). Según Petttigrew (1958, en Aronson, 1975) en muchos casos las personas que usan prejuicios están plegándose a las normas vigentes en su sociedad, o sea los prejuicios podrían remitirse al conformismo frente a estas normas. Serían las normas las que estarían cargadas de prejuicios, y las personas que asumen estas normas, asumen los prejuicios que contienen, lo que se suma a que, generalmente, no poseen datos precisos o solo tienen información que los hace tender al error: “Las personas asumen actitudes negativas sobre la base de meros rumores” (Aronson, 1975, p.203). Las sociedades podrían producir creencias prejuiciosas por medio de leyes o normas; por ejemplo, una norma carcelaria no permitía a los presidiarios blancos trabajar en lugares públicos, pero si lo permitía para los negros, lo que ayudaba a que la población blanca supusiera que los negros cometían más crímenes.
Para finalizar, quisiéramos mencionar los aspectos cognitivos que están vinculados al prejuicio, como lo plantea Tajfel (1984, en Rubio, 2005):
Categorización social: Vinculado a un proceso de categorización que introduce simplicidad y orden. Muestra una tendencia hacia la simplificación, así como la generación de dimensiones subjetivas asociadas a grupos o personas. En la presente investigación, se espera que el eje donde giren los procesos de homogeneización va a ser un tipo específico de estética, que ya anteriormente ha sido incluido también por generalización en el esteriotipo de un delincuente.
Asimilación: Contenido de las categorías a las que se asigna la gente en virtud de su identidad social. Se relaciona a un aprendizaje de evaluaciones y equilibrios, que comienza temprano en la vida del sujeto, asociado a la identificación del niño (a) con su grupo y la presión de otros grupos.
Búsqueda de coherencia: Si el individuo tiene que ajustarse al flujo del cambio social, tiene que tratar de entenderlo, lo que se relaciona con las atribuciones. En este nivel, las atribuciones servirían a dos criterios: equiparar al individuo, para que se enfrente con nuevas situaciones, de modo que parezcan consistentes para él; conservar una autoimagen positiva de sí mismo.
Habiendo analizado los principales aspectos teóricos referidos a la investigación, procedemos al análisis del perfil del «mechero».
Perfil psicosocial del ladrón de tiendas
Se examinará, en esta sección, cómo se han generado los estereotipos que buscan englobar a aquellos que son culpables del crimen de hurto, entendido, según la definición jurídica como la apropiación de cosas ajenas, con la intención de lucrar y sin la voluntad de su dueño, apropiación llevada a cabo sin el uso de violencia o intimidación sobre las personas o de fuerza en las cosas. Asimismo, se analiza si es que estas explicaciones de la conducta criminal son realmente precisas, en un sentido científico, qué es lo que se anhela en el caso de las explicaciones de autoridades profesionales; o si ya están, de antemano, en función de la supresión de la conducta o de los intereses de quienes hacen la distinción.
Hace algunas décadas, se asociaba la ejecución de delitos menores, como el hurto, a un trastorno de personalidad, el que era, frecuentemente, un problema de deficiencia mental. Una explicación como ésta, que busca predisposiciones individuales, estaba generalmente respaldada por el hecho que de un mismo medio asociado tradicionalmente a la conducta delictiva (pobreza, violencia intrafamiliar, deserción escolar, etc), surgían tanto delincuentes como no delincuentes.
A modo de ejemplo de la explicación psicológica del hurto en 1968, se cita un estudio realizado en tal fecha, sobre la personalidad del delincuente en la provincia de Ñuble: “La conducta humana que se ejerce en la acción contra derecho constituye per se una conducta desviada. Siendo ésta función de la personalidad vemos que el delincuente que dispone su organismo a la adquisición de bienes en forma ilícita carece de una personalidad normalmente constituida y estructurada” (Pérez, 1968, p.99). Otro apartado del estudio declara, en relación a la inteligencia en el delincuente: “Generalmente se ha aceptado el hecho de que el delincuente sería una persona con cierto atraso en el desarrollo mental. En la actualidad, desde la aparición de lo que E. Sutherland denominó White Collar Criminality o Criminalidad de cuello blanco, el concepto de deficiencia mental como propiedad del delincuente, ha adquirido mayor relatividad” (Pérez, 1968, p. 100-101).
Aquí se introduce la idea de que existen otras formas de delinquir, propias de sujetos de mayor status social, que vienen a relativizar la idea de que el delincuente es tonto, pues estos sujetos cometen sus crimines inscritos en lo social, en la forma de empresarios, comerciantes, patrones, etc, o como lo expresa la investigación: «actuando desde la sociedad misma», a diferencia de los ladrones «primitivos», que atacarían la sociedad a modo de grupúsculos bárbaros incivilizados.
Queda muy clara la idea de que la aproximación a la norma es sinónimo de bienestar psicológico y que la adaptación a lo preestablecido es homologable al concepto de inteligencia.
Al estudio se le presenta una complicación respecto al armado teórico que ha construido, pues acepta como causa la deficiencia mental para el crimen, pero considera, en apariencia, más inteligentes a los criminales de cuello blanco. Lo resuelve luego afirmando que no es que sean más inteligentes, sino que tienen más recursos tecnológicos, en cuyo uso se han adiestrado. Explicación, a nuestro juicio, insuficiente, y que tiende a justificar un rechazo del acto delictual a través de considerarlo un acto de hombres poco inteligentes, moldeando el concepto de inteligencia.
El punto es que, en esta misma investigación, se aceptan los hallazgos de Malinowski, respecto al orden de judicial en las culturas denominadas “salvajes”, donde se afirma que en cualquier cultura ya existe una concepción de lo que no se debe hacer, de aquellos actos que conforman modos de aproximarse a lo prohibido en la conciencia común. Lo que está prohibido, varía cuantitativa y cualitativamente, de acuerdo a la historia de las tradiciones y costumbres de cada cultura, con variados ejemplos de conductas que en nuestra sociedad no requerirían sanción alguna. De este modo, queda en evidencia que el derecho es una construcción sobrepuesta en el vivir cotidiano, ya sea bajo la forma de decreto divino o construcción social, y no algo natural, a diferencia del aparato neuropsicofisiológico del individuo al que quiere atribuírsele la criminalidad. Entonces, queda en evidencia el sesgo del perfil del delincuente, pues lo califica de deficiente mental en función de un código arbitrario, al punto que un individuo, que es inteligente en una cultura, será deficiente y criminal en otra.
Pasando ahora a los estereotipos actuales de los culpables de robo hormiga, cabe destacar que las investigaciones como la anterior son mucho menos frecuentes, aunque se mantienen algunas de sus conclusiones en la identificación cotidiana del ladrón. La declinación de la aproximación teórica, dio paso al relato periodístico sensacionalista, bajo la figura del detective o investigador, que debe mantenerse a la par en astucia con el criminal, para capturarlo in fraganti y proceder a desenmascararlo y exponerlo al merecido juicio de la sociedad. Más que proponer causas del delito, se muestra la ejecución de los mismos, mediante una forma de presentación y una retórica que deja entrever algunas ideas subyacentes que conforman la noción de delincuente actual.
En primer lugar, la noción del ladrón como primitivo incivilizado, que delinque sin demasiada conciencia del peso de sus actos, ha sido reemplazada por la imagen de un sujeto que actúa en grupos organizados y que elabora constantemente nuevas formas de evadir los métodos de control de la autoridad, además que desafía a la autoridad mostrando la impunidad de su delito y la conciencia que tiene del mismo.
Esto conduce al siguiente punto: Los delincuentes hoy en día, de acuerdo a los estereotipos observados en la discusión pública, están totalmente conscientes de la naturaleza delictiva de sus actos, y el factor principal de que su conducta, molesta para el orden social, no sea eliminada, no pasa por el tratamiento de predisposiciones individuales o la mejora de sus condiciones sociales, sino que es simplemente un asunto de que las autoridades a cargo del control de la delincuencia no son lo suficientemente severas en la aplicación de las sanciones. Esta falta de determinación del Estado tendría como consecuencia que el grueso de la población termine pagando por el estilo de vida abusivo de los delincuentes. En el caso del robo hormiga es difícil llegar a tal conclusión, pues los afectados son principalmente dueños de cadenas de supermercados y otras tiendas comerciales grandes, cuya integridad económica se mantiene sin mella a pesar de los constantes hurtos de mercadería de los que dicen ser víctimas.
Existe un peligro evidente en la concepción actual de la delincuencia, a saber: que el delincuente pierde ciertos derechos en base a que pasa conscientemente sobre los de otros, idea que no va acompañada de ánimo alguno de investigar el medio social inmediato de los individuos, a no ser que sea para delatarlos. Ésta atribución de falta de ética en el ladrón, como si éste se manejara en el mismo orden de lo que es correcto o no, permite recluirlo sin experimentar ningún cuestionamiento de los métodos de exclusión, ni incompatibilidades con intenciones humanitarias para con los que viven en la miseria.
Además la supuesta falta de severidad del Estado, puede usarse a favor de eliminar ciertas distinciones de la ley que evitan los abusos en contra de los que delinquen, como las golpizas clandestinas que sufren a manos de los guardias de las tiendas, en vista que la ley les prohíbe capturarlos antes de que cometan el hurto, aún cuando los sujetos ya han sido vistos robando en ocasiones anteriores.
Respecto a los criterios que los guardias usan en las tiendas para identificar a los delincuentes, el abandono de cánones que deforman las facultades del individuo, y su reemplazo por la idea del criminal astuto y desvergonzado, han hecho que sea difícil definir un tipo de apariencia propia del ladrón para las instituciones de seguridad. En lugar de eso, se hace una labor de registro, tomando en cuenta cuales son los rostros que más se repiten en cada delito efectivamente frustrado. Además se buscan conductas sospechosas, como las mencionadas en este testimonio de un guardia de seguridad de un supermercado: “Siempre llegan dos o más individuos que recorren todo el salón de ventas y miran los precios, pero en el menor descuido ocultan las mercaderías bajo chaquetas o parkas voluminosas, como asimismo, entre el cinturón del pantalón o jeans. Otros esconden los productos en bolsas o mochilas".
Junto con conductas como la señalada y el uso de ropa funcionalmente propicia para ocultar las especies, se observa que los delincuentes buscan proyectar una imagen que produzca confianza, de modo que el individuo a primera vista parece incapaz de cometer un delito, y cuando es sorprendido evoca misericordia. Frecuentes serían entonces los hurtos en tiendas cometidos por mujeres embarazas o con niños en coche.
En resumen, habiendo dejado constancia de los peligros y sesgos de la elaboración de un perfil para el delincuente así como la discusión que suponen, se consideran como características relevantes para poder aplicar en el aspecto práctico de la investigación:
• Acción coordinada en grupos dentro de la tienda
• Observación exagerada y teatral de ciertas áreas de la tienda
• Uso de ropa como chaquetas, pantalones anchos, cinturones, mochilas
• Uso de otros elementos que permitan ocultar la mercancía.
César Castillo V.
Felipe Grez M.
Mauricio Mardones S.
Rabindranath Riquelme L.
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