DELEGAR EL PODER PARA SER GOBERNADO
¿Qué es aquello que hacen algunos cuando votan para elegir a un Presidente?
Muchos dirán que están ejerciendo el derecho a votar, lo cual es un hecho evidente que no es necesario preguntar. Pero, ¿Qué se hace cuando se vota? Algunos dirán que es elegir a alguien que sienten que los representa, de lo cual destaco el “sentir” ya que estaría determinado muchas veces por el estado de ánimo provocado por la propaganda; otros dirán que se escoge al propio verdugo, cómo si los presidentes fuesen perversos personajes de alguna telenovela. En fin, la mayoría se inclina por creer que votar es la elección de una persona que representa a la mayoría y que tienes las capacidades para gobernar y llevar a buen puerto el asunto en el que pretende gobernar (un país, por ejemplo).
Esta idea sugiere que aquel elegido por la mayoría tenga capacidades para manejarse en su cargo y guiar en un debido proceso aquello que interesa a las mayorías, a través de los medios convenidos para aquello (por ejemplo, el Estado o una reunión de padres y apoderados). De algún modo eso es cierto, no cualquiera puede estar en un cargo de gobernar, por mucho que así lo quiera (hay otros que ni siquiera lo desean).
Pero, esta explicación es incompleta.
Cuando se elige a un gobernante, representante, o como quiera llamársele, se delega el poder. Los votantes entregan en conjunto, o cada uno por separado, el poder a quien ellos eligen. Legitiman determinados procesos para tal elección, legitiman los derechos y deberes de quien eligen, y lo que es más importante, fijan y legitiman ciertas capacidades del elegido.
Es cierto que una persona para gobernar debe “saber hacerlo”, debe tener la capacidad de gobernar. Esto, en realidad, es más complejo. Las capacidades personales del elegido vienen a ser secundarias como gobernante (aunque no menos útiles). Estas capacidades personales pueden ser el esfuerzo, resistencia al estrés, “voz de mando”, etc.
Pero las “capacidades” fundamentales de quien gobierna, son determinadas principalmente por aquello que gobierna.
Una persona con las características anteriormente nombradas, no tiene mucha influencia, no tiene poder alguno para dirigir si no es legitimado como tal. Un presidente por ejemplo, para dirigir debe ser electo democráticamente, y debe contar con el respaldo de la mayoría. De otro modo no puede gobernar, a menos que use las armas, donde el miedo provocado por el terrorismo de aquellos que se toman el poder termina legitimando temporalmente el poder arrebatado (“hay que agachar el moño” como se dice, “hay que aceptarlo no más”)
En fin, el poder del gobernante radica en los gobernados y en las formas en que se legitima el proceso de gobernar, proceso que se legitima con las costumbres o formas de comportamientos y de pensamientos habituales que son parte de ese mismo proceso.
Me explico:Los gobernados, la gran mayoría, junto a los gobernantes (la minoría, aunque representen a todo el resto) tienen formas en las que se determinan como gobernados y gobernantes, por ejemplo, la democracia representativa, con sus elecciones públicas, con su respeto a la Presidencia, etc. Estas formas pueden ser impuestas o autoimpuestas, pero hoy, estas formas son heredadas como costumbres, como las mayorías de las cosas, no es algo anormal. Normalmente, las personas nacen en una sociedad ya organizada, a menos que nazca en un periodo de revolución o algo así. De modo que se puede aceptar o no las reglas del juego, pero no aceptarlas es estar fuera del juego, y el juego aquí es lo social. Por contagio social la mayoría entra al juego, concordando con las reglas, o sea legitimándolas. Aquellos que votan, no han concordado nunca con otros en decidir si la votación es el medio correcto, sólo vota porque le han enseñado que votar es hacer valer sus derechos, sólo ha entrado a hacer las cosas que “siempre” y “todos” han hecho. Su actuar legitima este proceso, y el proceso así legitimado por la mayoría es el “correcto”, y no hay motivo aparente para dudar de su legitimidad.
El poder es, por este tipo de procesos, entregado al elegido por parte de aquellos que quieren ser gobernados por él.
Elegir un gobernante es declararse gobernado. Es lo más corriente de nuestros días. ¿Pero, porque ser llamado “gobernado” inquieta tanto a los que voluntariamente han decidido elegir su gobernante?
La pregunta anterior puede llegar a deslegitimar el proceso de elección de gobernantes, en tanto puede tenerse como respuesta posible el que ser “gobernado”no sea algo deseado por aquellos que escogen gobernante.
Sin gobernados no hay gobernantes, y sólo puede haber gobernados en tanto existan gobernantes. De modo que la calidad de “gobernante” es dada sólo por los gobernados, y si estos últimos se inquietaran al saberse gobernados, y si les produjera extrañeza saberse como tal. ¿Por qué sería? Posiblemente, esto sucedería debido a que existe la posibilidad que la delegación del poder sea innecesaria.
¿Por qué debe ser entregado el poder para convertirnos a nosotros mismos en “gobernados” si no deseamos ser “gobernados”? Si el Poder puede, ¿Por qué suponemos que el Poder en nuestras manos no puede? ¿Por qué ese poder será mejor controlado y ocupado por unas cuantas personas que se suponen representativas de nosotros mismos, o sea, “iguales” a nosotros? Etc, etc.
Preguntas hay muchas, y espero que el lector objetivo de este artículo, aquel que vota, analizando el presente, pueda hacérselas, no he pretendido nada más que eso. En alguna otra oportunidad, podré tratar otros aspectos de este tema, para ir profundizando el asunto de a poco. (Especialmente es necesario discutir el tema de la democracia directa o la misma democracia representativa en campos sociales más reducidos, como universidades, reunión de apoderados, etc -considerando, además del hecho de haber sido yo mismo elegido como representante a través de elecciones).